¡No moriré de este modo!
Por Robert Greene
En el Mes Nacional de la Salud de las Minorías, el autor comparte la historia de su diagnóstico de diabetes tipo 2
Me llamo Robert y soy una persona que vive con diabetes. En muchos sentidos, nunca pensé que diría esas palabras y, sin embargo, de muchas maneras, sentía un aire de “expectativa” sobre mi eventual membresía en esta fraternidad de hombres afroamericanos con la salud comprometida. Me diagnosticaron hace poco diabetes tipo 2: hace 3 meses y 18 días (al 30 de abril). Y recuerdo muchas cosas y con mucha claridad sobre los eventos que se desarrollaron el 12 de enero de 2020: era el cumpleaños de mi hijo menor y sentía un agotamiento implacable que hacía estragos en mi cuerpo y la (falsa) esperanza de que simplemente podría pasar un rato en la sala de emergencias y recibir algunas pastillas que me permitieran seguir ignorando TODOS esos síntomas intensos y aun así poder tomar un vuelo esa noche para ir al otro lado del país y reunirme con un cliente; la conversación inicial con el médico de urgencias mientras le decía en voz alta: “Creo que tengo tipo 2”; la desalentadora comprensión de que no podría volver a casa para la cena de festejo de cumpleaños para mi hijo de 12 años; la resignación de que tendía que ser internado en el hospital y no llegaría a mi casa o a ningún otro lugar en el futuro próximo; y la desesperada determinación de que aprendería tanto como pudiera y con la mayor rapidez posible ¡porque iba a patearle el trasero a la diabetes!
La diabetes a menudo se describe como una enfermedad progresiva, ya sea autoinmune o metabólica o una combinación de ambas. Y aunque hay cada vez más investigaciones y bibliografía que hablan sobre la superposición de la descripción y clasificación entre el tipo 1 y el tipo 2, la conjetura sobre la naturaleza progresiva de ambos tipos no se ve demasiado objetada. Sin embargo, esa comprensión inicial encendió en mí ese 12 de enero un enorme e inmediato interrogante sobre si mi manifestación de la diabetes de tipo 2 podía de hecho ser curada.
Sueña extraño decir esto en público a los demás, pero el 12 de enero fue sin dudas uno de LOS MEJORES días de mi vida. Es obvio que mi trastorno de salud no apareció de modo repentino; no me caí por la escalera por accidente y arruiné la propia sensibilidad de mi cuerpo a mi propia insulina. Era evidente que esta enfermedad había ido progresando en mí durante años a medida que dejé de practicar conductas saludables de manera regular, mientras ignoraba continuamente las numerosas señales de que mis sistemas funcionales se estaban deteriorando, mientras seguía comprando talles cada vez más grandes para mi guardarropas, a medida que me movía cada vez menos y me sentaba cada vez más porque el dolor y la inflamación en las articulaciones nunca disminuían, solo aumentaban. Mi “Roma” no se construyó en un día y ni siquiera en un año y sin embargo el 12 de enero se convirtió en un “instante” que lo cambió todo, no solo debido a lo que llegué a saber sino debido a lo que llegué a pensar.
“No moriré de este modo, diabetes. ¡Te patearé el trasero!”. ¿Pero eso significa que en realidad esta enfermedad, que había avanzado en mi cuerpo durante años y que a menudo se describe como una enfermedad progresiva, puede de hecho ser curada? Mi ferviente esperanza, y ahora mi firme creencia, es un inequívoco “sí”, y comienza con una definición integral de lo que significa la cura.
Al igual que muchos de ustedes, mi protocolo de tratamiento comenzó con punciones digitales frecuentes para controlar mi nivel de glucosa en sangre y numerosas inyecciones de insulina exógena. Debido a los valores que tenía cuando me internaron, estaba satisfecho de dejar que mis profesionales de la salud me llenaran de insulina para lograr que mis niveles se ubicaran lo suficientemente en rango para que me dieran de alta. Mientras me contaban su estrategia y me describían el protocolo de control estándar, me sentía tanto curioso como radicalizado. Me prometí a mí mismo en ese mismo instante, y les dije a mis familiares y amigos (y al personal de la salud) con tanta frecuencia como podía, que me alejaría de las inyecciones de insulina tan rápido como fuera posible y proseguiría con la primera ronda de mi recuperación. Además de las inyecciones de insulina, los pinchazos continuos en los dedos se sentían como un recordatorio punzante de mi “fracaso” de salud y se convirtieron en otro símbolo en el que me enfoqué en mis planes de victoria, recuperación y cura. Al principio de mi estadía en el hospital, me contaron sobre el monitoreo continuo de glucosa (CGM, por sus siglas en inglés), que podía revolucionar mi capacidad para rastrear mis niveles de glucosa, sin depender de los temidos pinchazos en los dedos, y controlar mi diabetes tipo 2, lo que me permitió reclamar otra victoria (rápida, con suerte) en mi camino hacia la recuperación. ¿Si estaba motivado? ¡Por supuesto! Tal vez tanto por el miedo como por la determinación. Y, sin embargo, en esos primeros días, estaba más asustado de perder –dos veces– de lo que estaba desalentado por la distante noción de curarme.
Y más que nada estaba firmemente decidido a dar batalla para recuperar mi voluntad de las garras de mi fracaso. Porque sí consideraba mi condición actual como un fracaso: un fracaso sistémico en la calidad de mis elecciones para expresar mi amor propio y mi compromiso con mi familia. Estaba triste, en los más profundo de mi corazón, por haber dejado que las cosas progresaran hasta esta etapa y estaba enojado por haberme convertido en otra estadística: otro hombre negro con trastornos crónicos de salud, más un reflejo de una cuestión cultural que de (falta de) ingresos y educación. Estaba furioso y dejé que esa ira me alimentara, me impulsara y me obligara a buscar y buscar sin cesar mi cura, mi victoria. Quería una cura para una sentencia de por vida de degradación progresiva; quería una victoria de control restaurado sobre la calidad de mi vida. Y quería vivir mi vida en mis propios términos, libre de los preceptos de recetas médicas y regímenes de pastillas sin fin. ¿Era demasiado pedir esto, incluso en las etapas iniciales de mi vida con diabetes? Para nada: en pocas palabras ¡no moriré de este modo, diabetes!
A pesar del diagnóstico de diabetes tipo 2, a pesar de las intravenosas en ambos brazos (de las que todavía puedo ver las marcas), a pesar de las inyecciones de insulina diarias (que rápidamente aprendí a aplicarme), esa lucha que empezó en el hospital se libraba no en mi cuerpo, sino en mi mente. Tenía que ganar la campaña para lograr un compromiso inquebrantable con mi salud a largo plazo. Tenía que ganar la guerra de la modificación a largo plazo de mis hábitos y prácticas. Y tenía que ganar la batalla contra mi resistencia a perder la pelea ocasional en mis elecciones de cada día y cada hora. Mi salvación no llegó en la forma de un nuevo medicamento. Aunque estoy haciendo uso de nuevas tecnologías de fármacos, mi salvación llegó en una decisión eventual de cambiar mi dieta de forma radical y comer solo alimentos de origen vegetal. Volverme vegano.
El veganismo es una victoria para mí. Es una cura para lo que me afligía. Es la restauración de mi voluntad de actuar y la radicalización de mi esperanza. El veganismo es mi puerto en la tormenta. Tal como lo dijo el presidente John Kennedy y yo “parafraseo para mí”: “Elijo ir a la luna, elijo ir a la luna en este momento y hacer las demás cosas, no porque sea fácil, sino porque es difícil, porque esa meta me ayudará a organizar y medir lo mejor de mi energía y mis habilidades, porque es un desafío que estoy dispuesto a aceptar, uno que no estoy dispuesto a posponer y que planeo ganar y también los otros”. Recuperar la salud es mi luna, mi victoria y mi cura precisamente porque es difícil. Implica organizar lo mejor de mi energía y mis habilidades para no solo sobrevivir sino prosperar y reclamar mi amor propio. Esa es la mejor expresión de mi cura para un diagnóstico de diabetes tipo 2 y la reversión de la degradación progresiva de mi cuerpo, mis sistemas y mi calidad de vida. Como lo canta Yolanda Adams: “Tengo la victoria...”, no porque mi camino de regreso a la salud haya terminado, sino precisamente porque acaba de empezar. ¡El veganismo es mi cohete! ¡Diabetes, no moriré de este modo!
Me siento realmente conmovido por la catarsis de contar mi propia verdad aquí: con lágrimas en los ojos, agradecido y esperanzado mientras escribo escuchando los ritmos y la fuerza de Beyoncé y Yolanda. Y, sin embargo, todavía me sorprendo en el crepúsculo de este Mes Nacional de la Salud de la Minorías, por los privilegios de los que ya disfruto al reclamar mi cura personal desde los estragos de la desesperanza y el desaliento. Mi alarma sonó antes de que fuera demasiado tarde para poder cambiar; disfruto de una sólida red de seguridad social; tengo mi propio seguro médico mediante la oferta de Covered CA y otros estados no cuentan con esto; incluso tengo el dinero suficiente para pagar los gastos adicionales de mi hospitalización, que todavía me resultan escalofriantes a pesar de los grandes descuentos. Tengo acceso a información novedosa, radical independiente y de alta calidad; tengo acceso a alimentos de alta calidad y gran variedad de opciones veganas; tengo la libertad de tener paciencia mientras encuentro mi propio camino en este desierto de confusión y nuevas experiencias. Tengo montones de familiares y amigos y sus propias amistades que me mandan buenos deseos, me alientan y rezan por mí. Soy empresario y puedo ejercer una gran cantidad de control con respecto a mis horarios, lo que me permite establecer el enfoque en mi salud como la base de la mayoría de mis días. Y tengo una gran reserva de esperanza y fe que alimenta mi entusiasmo para seguir avanzando en este camino. Estos privilegios y muchos más me colocan en una posición muy distinta a muchas personas de mi familia y mi comunidad y mi cultura a la hora de buscar ayuda para restaurar la salud de mi cuerpo y revertir esta enfermedad crónica.
Sin embargo, compartir mi experiencia (más allá de mi experiencia) a un grupo más amplio de ciudadanos de minorías, en especial las comunidades negras y de color que el COVID-19 ha alumbrado para muchos en este país, es precisamente lo que espero que podamos lograr más pronto que tarde. Pero requerirá una nueva victoria sobre nuestra apatía hacia la salud a largo plazo de nuestros hermanos y hermanas en apuros. Si las mujeres pueden hacer los cálculos matemáticos para enviar a los hombres al espacio, entonces sin dudas podemos encontrar un modo de construir un sistema de atención integral para todas las personas, no porque sea fácil sino precisamente porque es difícil y expresará nuestras mejores intenciones y energías. Hasta que llegue ese día, no obstante, todavía me siento esperanzado y optimista de que mi cura pueda ser compartida y mi victoria pueda ser ganada otra vez por las personas que encuentren SUS propios cohetes para emprender SU propio viaje a SU propia luna. Cada uno de nosotros, encontrando nuestra manera de arrebatar eficacia individual de las garras de nuestras lágrimas, emprendemos un camino universal que es tan específico y singular como una huella digital. Estos son los pasos que yo di...
Primero, empecé mi camino con la creencia de que era posible curarme y me mantuve firme en ese lugar. El poder de la mente para tener esperanza, cambiar, hacer planes y resistir al desaliento tal vez sea nuestra principal arma en esta lucha. Empieza allí: el poder del optimismo es alentador y vigorizante. Este camino no tiene una pizca de fácil. Segundo, una vez que estés anclado en esa creencia, elige un cambio tan radical como un viaje a la luna, no porque sea algo conocido o fácil, sino precisamente porque es difícil. Expresa tus mejores energías y habilidades en este desafío que TIENES que estar dispuesto a no posponer. Para mí fue una dieta vegana, porque la comida es nuestra mejor y más importante medicina y el enfoque nutricional basado en alimentos integrales y de origen vegetal tiene una historia y evidencias convincentes en el apoyo de la remisión e incluso la cura de numerosas condiciones crónicas. Finalmente, haz un mapa de tus estaciones de ayuda a lo largo del camino de esta maratón de salud, porque es mucho más que una carrera veloz. Para continuar con la analogía en el vocabulario de la Maratón de Boston, una carrera que observé durante años en la ciudad donde viví mucho tiempo, arranqué desde la línea de partida flotando en el entusiasmo compartido y colectivo de miles de otros como yo que intentan superar sus propios obstáculos. Pero todavía me falta mucho para llegar a la Heartbreak Hill de este viaje, un punto de inflexión para todos los maratonistas, que a menudo define si terminarán la carrera o se detendrán en un punto del camino. Los mejores maratonistas, ya sean atletas profesionales o los miles de personas que solo quieren terminar la carrera en Boston, aprovechan al máximo los cientos de oportunidades a lo largo del trayecto para beber agua o comida, escuchar un grito de alegría o de aliento, porque nadie corre solo en Boston. Encontré algunas de mis “estaciones de apoyo” en el camino. Descubrí que mi entusiasmo por la comida vegana se ve potenciado si puedo mantener algunos sabores familiares de los días en los que comía carne y lácteos. Por ejemplo, usar condimento de sabor a carne salada o curry para darle sabor a los frijoles con arroz o vegetales o al tofu satisface mi paladar y renueva el placer que pensaba que disfrutaba en la carne. Sabores ricos y fuertes me sostienen en este camino, tanto como los gritos de aliento en Hopkinton y Wellesley y Heartbreak Hill en Newton y en la llegada a lo largo de la calle Boylston ayudan a los miles de corredores cada año en Boston. Hice estas tres cosas precisamente porque son difíciles y son la energía que alimenta mi cura, mi victoria.
Diabetes, no moriré de este modo; ¡y te venceré!
Sobre Robert
En enero de 2020, Robert Greene fue diagnosticado con diabetes tipo 2. El artículo que antecede es su primera contribución a diaTribe Learn. Se siente inspirado continuamente por la valentía de TODOS los que se encuentran en el campo de batalla de Teddy Roosevelt, afectados por el polvo y el sudor y la sangre de luchar contra la diabetes en todos los niveles. Está viviendo con gran vigor su victoria y sigue reclamando parte de su cura: el médico de Robert le quitó oficialmente la insulina exógena menos de dos meses después de su diagnóstico y no cabe de contento.
Este artículo forma parte de una serie para apoyar a las personas recientemente diagnosticadas con diabetes, financiada en parte por la Ella Fitzgerald Charitable Foundation